Por el marco de la ventana, entre las ramas del magnolio, se iba deslizando dulcemente el tiempo; las horas se escapaban de puntillas, perdidas en el eco de los ruidos de la tarde. Como ese despertar de la siesta, que se anuncia en cortos gorjeos, hasta fundirse en un ritmo sinfónico de quehaceres rutinarios.
Pensar y reposar es sólo un intento de controlar el tiempo, como si el mundo quedara ensimismado en la magnolia que brota de la rama quieta; en un segundo eterno. Sin embargo, más tarde, son los ruidos y el viento los que empujan el movimiento ordenado de las cosas.
¡Ensimismamiento!
Corto y quieto minuto de eternidad envuelto.
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