jueves, 26 de enero de 2012
La cama
Cuando llegué a Arlés, una cama desvencijada era todo el paisaje de esa noche. La memoria a veces se hace tan pequeña y destartalada, como las luces de la calle, que asomaban por la ventana del cuarto de un hotel de habitaciones, con escaso espacio y multitud de muebles. El azul de sus muros no calentaba tampoco, más bien enfriaba. Me encontraba cansada después de patear las calles y los parques. Los desplazamientos siempre invitan a soñar, dan esperanzas, sí, pero con sus pellizcos de amargura, esos que siempre a la realidad nos enfrentan.
Cuando uno encuentra una cama es como si una nave llegara a puerto. Y ahí estaba, desarmada, como la cama, pero contenta de descansar al fin por una noche. Sólo pensaba en dormir. Eran las diez pasadas, y una luna húmeda me recordaba la niebla, el otoño, y el follaje seco de un viaje episódico. El invierno se anunciaba con la tristeza del otoño, para anticiparnos los colores del tiempo, porque el tiempo tiene sus tonalidades, sus gamas, para que la vejez no nos encuentre desprevenidos.
La luz de la lamparilla dejaba un fondo de cuadros incómodos en las paredes, buscando su equilibrio, su armonía. Y sin pensarlo dos veces, me dispuse a poner en orden los cuadros, y a deshacer la maleta. Y es que cuando duermo también sueño con el orden de las cosas, para poder caer en un sueño profundo. Los ojos empezaron a picarme de somnolencia, y el recuerdo de repente me asaltó con su ternura, y eras tú el que despertaba ese barullo de cosas, asaltándome en la noche.
Por fin me quedé dormida, y el mundo se apagó de pronto, sólo la lamparilla anunciaba que todo gira ¿Alrededor de la luna o del sol? Yo creo que todo gira alrededor de ti, sin ninguna duda. Tienes ese privilegio desde que te conocí. Y es que el corazón tiene sus imprevistos, sus evangelios, sus choques, y al mismo tiempo sus certezas. Éstas siempre llegan sin esfuerzo, subordinadas a la sorpresa, como los problemas y la física cuántica. La naturaleza no conoce la impotencia, es camaleónica ¿Cómo si no superar tanto desastre? La vida duele como cuando los sueños se rompen, y la naturaleza se ha sentado a ver pasar las ambiciones, como si fuera un designio.
Cuando abrí los ojos, me sobresaltó más la claridad blanca que entraba por la ventana, que el ruido del mercado y su algarabía. Me abrigué el alma y la conciencia con la manta, y dejé escapar los pensamientos por la alcoba. La memoria duele tanto como las ilusiones perdidas. Puse los pies en la alfombra y me senté en la cama. Las habitaciones de los hoteles son como celdas: un cubículo para llenar todos los momentos del día antes de salir a la calle. Y aunque la ausencia de reloj no me marcaba el tiempo, supuse que caía el mediodía. El baño, compartido, se encontraba al final del pasillo. Tropecé con las pinturas, mientras buscaba la muda ¿Qué hago aquí? – Me pregunté - ¡Pintar! Y no fui yo quien respondió, debió de ser la paleta, que andaba algo trastabillada con tanto viaje.
El chorro de agua me refrescó, más que calentarme las ideas. Bajé las escaleras y me dispuse a salir a la vida. Una nunca sabe lo que le espera cuando empieza el día, y esa imprecisión invita a la locura. Al cruzar el patio, me salió al encuentro la gobernanta: Buenos días ¿Descansó bien? Buscaba atraer mi atención; enseguida me di cuenta. No le presté mucha atención, y le respondí amablemente buscando la salida.
La calle estaba llena de ruido. Crucé la alameda y me dirigí al parque de los Naranjos. Allí, estaba la estatua, en el centro, como una fuente, con sus parterres escoltándola. Me senté en el banco y me quedé mirando al tiempo, viéndolo pasar ¡Qué deleite! Si hasta parece que no pasa. Y me puse a pensar en ti; no sé hacer otra cosa, salvo pintar. Pero no tengo ganas de pintar, sólo de pensar en ti.
Me dieron las cuatro de la tarde y sin almorzar. Recogí el maletín de las pinturas y me puse a navegar, que es otro arte de vivir. Y siempre pensando en ti.
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Y miraste tan bien el cuadro que te metiste de lleno en el alma del artista, su sicología, sus sentimientos, amores y obsesiones. Y ese mirar (estupendo) el tiempo como si no pasara, (¡qué gozo!) y lo interpreto como un atisbo instantáneo de eternidad vivida.
ResponderEliminar...
ResponderEliminar¡Puf! ¡Cuántas emociones tan bien descritas! No destaco ninguna porque no tiene desperdicio este relato.
Efectivamente, "una nunca sabe lo que le espera cuando amanece el día..." Leo y releo y vuelvo a leerlo y no me canso, me quedo con ganas de más... (Buen comienzo para una novela ¿...?) Hasta con ganas de pintar también esa habitación (vaya, se me adelantó Van Gogh... Imposible mejorarlo), o ese parque de los Naranjos donde no se siente el tiempo pasar... Quizás lo haga ;-)
· Visto lo que da de si un cuadro, y lo bien que lo haces, podrías hacer una serie sobre cuadros famosos. Será un éxito.
· un beso
CR & LMA
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Hola Maravillas. Pues lamento que no me haya llegado tu comentario primero. Gracias de todos modos por tu gentileza. No sé a qué puede deberse el problema que tuvieras.
EliminarMe encanta tu ternura, y seguimos en la misma coordenada de las emociones. Saludos
Un gusto pasar por tu espacio y quedarme enlazado en tus sitio y haciendo lectura de tus escritos.
ResponderEliminarAbrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,
Frank Ruffino
P.D. Vengo a través del espacio Asamblea de Palabras del amigo poeta Francisco Cenamor.